jueves, 5 de noviembre de 2015

El traductor de los pendejos




No sé; presiento que no le habría creído a la versión 2015 de mí mismo si, después de viajar por el tiempo, le dijera a la versión 1985 de mí mismo que algún día alguien me pagaría por investigar variantes lingüísticas y por traducir tonterías.

Desde niño me sentí atraído por los ruidos, la música, las charlas en doble sentido, los albures y las majaderías en otros idiomas. Crecí en un mundo sonoro. Me causaba gracia el acento de las personas y disfrutaba emular la articulación de los fonemas parado frente a un espejo.

Con el paso del tiempo le he puesto nombre a cada variante lingüística. Por ejemplo, el "Síndrome Discovery Channel" para el "¡Oh, mi Dios!" de la traducción artificial de los programas gringos, el "Síndrome de la Hermana Fea" para el "unmarried" de los jueces británicos y el "Síndrome del Chiste Traducido" para el ángulo de los españoles que hierve a noventa grados, por mencionar algunas.

El sábado pasado llegué a un punto en donde, presiento, comencé a perder amigos. Pensé que si tomamos como base que los ingenieros denominan como "la llave de los pendejos" a la perica, si los abogados denominan como "el artículo de los pendejos" al octavo constitucional y si Vallejo denomina como "el impuesto de los pendejos" al hecho de comprar el Melate pensando que puedes hacerte millonario sin trabajar, lo más prudente es que nosotros, los traductores, denominemos a Google Translate como "el traductor de los pendejos".

Cualquiera puede usar una perica y apretar una tuerca: la misma llave se ajusta a varias medidas. Cualquiera puede invocar el octavo constitucional y presentar un escrito ante una autoridad: tiene validez. Cualquiera puede comprar el Melate... Sí, es cierto. Cualquiera puede usar Google Translate para traducir... y así.
...y yo, no sé. Tengo hambre y sueño. Ya me voy a dormir.